LA DISTANCIA ENTRE LAS COSAS
LA DISTANCIA ENTRE LAS COSAS
Ensayos sobre lo interpersonal y la diferencia
De María Cantero
Los objetos ocupan un lugar. Los usamos hasta gastarlos y los
tiramos cuando nos cansamos de ellos. Pero ellos son nuestros testigos, la
materia indócil que habla de quiénes somos, de a quienes amamos, de nuestras
rutinas y costumbres. El tiempo pasa por ellos al igual que por nosotros sólo
que, según nuestro punto de vista, sometemos todas las cosas bajo el cartel de
“es de mi propiedad”. Pero, en verdad, las cosas nos sobreviven, son las cosas
las que quedan en el espacio una vez que dejamos de habitar este mundo. Son las
cosas las que se corroen en un vertedero y contaminan la atmósfera sin pausa,
acumulándose en torres de babel de objetos provenientes de todas partes, una
torre diversa en materias, colores, fechas de elaboración y rigideces. Humanizamos
las cosas, les otorgamos nuestro tiempo y esperamos que nos respondan y
satisfagan. Pero las cosas, son cosas que habitan sus propios ritmos e
historias.
Mientras la pompa de
jabón flota en el aire, y refleja toda luz hasta explotar y desaparecer sin
dejar rastro, un candado es un candado, por mucha fuerza que ejerzas sobre él,
salvo que lo destruyas o cortes a fuego.
Las cosas nos imponen modos relacionales. No es lo mismo
beber café con el meñique estirado que abrazar la taza a puño cerrado. No es lo
mismo el desequilibrio que precede a soltar y dejar ir las cosas (una taza que
se contonea en el contorno de mi mano), que el abrazo a la taza de chocolate
caliente en pleno Enero, para que su calor llene mi cuerpo.
El 15 de Marzo una persona muy querida iba a cruzar el
pacífico con un macuto al hombro para vivir en Madrid. El 14 de Marzo se
declara el estado de alarma y se cierran las fronteras. Ni el macuto ni su dueño
llegan. No es lo mismo un macuto a 10.000 km y los misterios que encierra, que
un macuto junto a mi mesilla de noche cuyo misterio está al alcance de mi mano.
No es lo mismo bailar las distancias a golpe de mascarilla, que sentir el contacto de otro pegado a tu piel, y bailar con la libertad de
poder saltarnos los límites.
No es lo mismo
acariciar con la distancia del guante quirúrgico, que sentir la temperatura de
una piel.
No es lo mismo vivir rodeada de las cosas de un ser querido,
a la distancia que se impone cuando este ser querido fallece, aunque las cosas
permanezcan en el mismo lugar.
Hay distancias que se abren como abismos entre las cosas, sin
necesidad de desplazamiento.
Como cuando el amor se
acaba, como en los tiempos previos a la separación, donde ya todo y por siempre
será distante aunque aún vivas bajo el mismo techo. En ese espacio íntimo que
llamamos hogar se abre un abismo.
Las cosas se distancian.
Se dan la espalda,
no se miran ni se hablan,
erigen muros.
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