A BRIDGE BETWEEN US

DÍA MUNDIAL DEL TEATRO. A bridge between us.

Shahid Naddim

Secretly



Me planteo algunas preguntas gracias al discurso de Shahid Nadeem por el día mundial del teatro.

¿Hemos de reponer nuestra fuerza espiritual en tiempos de corona? Un teatro que dialogue con el pasado y el futuro, entre creyentes y apóstatas, que fuerce a volver la vista atrás. Volver al teatro sagrado, al teatro pobre, al teatro antropológico del que más he aprendido, a la práctica de kalarippayattu, en el que hay algo comunitario por encima del individuo, una energía extracotidiana, una fuerza humilde que se reactiva, más allá de otras propuestas anestésicas de deconstrucción de los espacios y del yo. Quizá porque responde a una necesidad real, de la que hablaba Faustin Linyekula al bailar, yo bailo para descubrir cuál es mi nombre y para sobrevivir en un mundo donde mis amigos aún mueren de peste bovina. Una forma artística que tiene que ver con la esencia y con la supervivencia que evita el engolamiento y la anestesia. Lo aséptico sirvió para dinamitar los grandes discursos y la convención postmo. Pero ahora que ya no hay Dios ni un sentido canónigo que responda a la vida o al arte. ¿Cuál es el papel del teatro? 

¿Entretenimiento? ¿Proponer en aislamiento e individualidad, en absoluta cotidianidad? ¿Vanalizar, un teatro como ejercicio irancundo o irónico, o hablar con palabras sencillas de lo más pequeño, de lo más humano y olvidado? ¿Y cómo hablar de ello? ¿Desde la distancia o la vulnerabilidad? ¿Desde la fragilidad?¿Cuál es el sentido de un teatro sagrado en Occidente? No somos hindúes y practicamos yoga y kalari, no somo pakistanís, nuestro teatro no bebe de tradiciones como el kabuki japonés, el capitalismo ha hecho trizas los grandes gestos y lo ancestral en nuestra sociedad. Pero algo se encuentra en el contacto, en la escucha del espacio y del tiempo, en atender a otro desde otro lugar escénico sin imponer la palabra o el gesto, reaccionando. Hay algo universal que nos atraviesa y se pone en juego en escena, confrontando miedos, encontrando las palabras, en el rito.

Recuerdo como mi maestra no nos dejaba beber agua en las sesiones de entrenamiento porque decía que eran vicios mentales innecesarios, porque nuestro cuerpo resiste; o prohibía hablar constantemente de lo que había ocurrido en escena, tapando o modificando el sentido de lo acontecido, ya que volvía mental y lógica la experiencia, al priorizar el comentario y llenar el espacio de lenguaje. Recuerdo besar el suelo del linóleo al entrar cada mañana a las 6 a.m a hacer Kalari, y nunca dar la espalda al altar, y besar los pies del guruji al terminar a práctica. Estos gestos de respeto y disciplina preparan tu cuerpo para otra escucha, para entrar en otros tiempos. Y tenían y tienen todo el sentido para mi, me preguntaba entonces porqué, hoy recuerdo el sentido leyendo a Shahid. Son formas de teatro que nos retan, y nos descontextualizan de lo inmediato porque responden a algo sagrado, que no es grandilocuente, sino infinitamente humano, esencial y comunitario. Y ojo, que está cargado de juego, de una energía parecida a la del niño que juega con los haces de luz y baila, baila, baila sin parar.



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